sábado, 27 de julio de 2013
Mister T / Kara T
sábado, 10 de abril de 2010
.. nada que decir, nada que callar
Cuando era pequeña pensaba que la voz se gastaba, que llegaría un momento en el que de tanto hablar me quedaría muda, porque la voz dura un tiempo, y yo estaba malgastándola con palabras sin sentido que no decían nada importante.
A sí que durante unos días decidí hablar poco, casi nada. Tenía que pensar bien cada palabra y cada frase, no quería quedarme sin voz antes de decir todo lo que tenía que decir. Y… la inspiración no llegaba. Pensaba mucho, si, pero todo se quedaba dentro de mi cabeza porque no encontraba las palabras adecuadas para expresarlo.
Aproximadamente tardé una semana en darme cuenta de que aquello no tenía ningún sentido, porque la gente, en general, suele hablar mucho y decir poco. A sí que yo, cansada de tanto silencio, decidí volver a malgastar mis palabras esta vez, sin temor a perderlas. Lo bueno de todo esto es que aprendí una cosa: a escuchar, y eso al parecer sí era importante.
Pero por aquél entonces yo, que sólo era una niña, pensaba que la vida era mucho más que todo eso, y que sólo tendría que esperar a crecer y hacerme mayor para encontrar las respuestas de todas las preguntas que me hacía y que nunca había sabido responder. A sí que durante mucho tiempo, decidí no preocuparme por nada y esperar a que las cosas ocurriesen por sí solas, y a que las palabras, las de verdad, saliesen por mi boca como si nada.
Pero el tiempo pasó, pasó y pasó tanto que me hice mayor, tan mayor que ya era tarde para hacer todo lo que tenía que hacer y decir todo lo que tenía que decir. Y ahora me encuentro sentada en este sofá, intentando responder las mismas preguntas que se hacía aquella niña hace hoy ya tantos años. El tiempo ha pasado tan deprisa que no me he dado ni cuenta, vaya. Y tiene que ser hoy, justamente hoy, cuando me doy cuenta de que esta vida no se puede rebobinar.
Marbella, Abril 2009
lunes, 29 de marzo de 2010
.. destino o casualidad
Tengo una amiga que está obsesionada con el número 32. Lo ve por todas partes. Si mira el reloj, son y 32, si abre un libro, es la página 32, si sale a la calle y pasa un autobús, es el 32, las matrículas de los coches, acaban en 32, habla con alguien que tiene 32 años, faltan 32 día para irse a tal sitio, o 32 kilómetros para llegar a tal otro... Y así con millones de cosas. Es como si el 32 estuviera siempre con ella.
Yo no creo que el 32 la esté persiguiendo, lo que pasa es que por algún motivo ella está obcecada con ese número y ya no ve ninguno más. A lo largo de su vida se han cruzado en su camino miles de números, pero no les ha prestado atención porque ella sólo quiere ver el 32. Continuamente pienso en ello, y a veces quiero decirle que no significa nada, simplemente es un número como otro cualquiera. Aunque ella no sé porqué, cree que siempre estaba presente en su vida, y puede ser, pero del mismo modo que pueden estar el 1 el 35 o el 73.
Un día, mientras daba vueltas al asunto, le propuse hacer un pequeño juego que se me había ocurrido: durante una semana, yo iba a elegir un número, que al final decidimos que fuera el 11, y tenía que apuntar en un papel cuantas veces me había encontrado con ese número. Ella tenía que hacer lo mismo con el 32. Lo que quería demostrarle es que si una persona está siempre pensando en lo mismo, al final lo acaba viendo en todos los sitos. Pero en realidad, no es más la presencia de ese número en su vida, como lo puede ser cualquier otro.
Mi experimento no funcionó. Durante esa semana ni me acordaba del número 11, pero cada vez que veía un 32 automáticamente me acordaba de ella. Entonces ¿puede que realmente tenga razón, tanta que incluso yo también estoy siendo víctima de sus pensamientos? No, no puedo rendirme, no quiero, y me niego a creer en el destino. Me gustan las casualidades, los hechos fortuitos que suceden porque sí y sin que tengan explicación. ¿Por qué nos empeñamos en querer definirlo todo? Con lo bien que sienta vivir el momento y no pensar, sólo actuar.
Antiguamente se creía que el rey tenía origen divino. “Su destino es ser el rey porque así lo manda Dios”, pero nadie podía afirmar con seguridad la existencia de un Dios, ni siquiera hoy en día lo estamos, aunque lo creamos. A sí que aceptar que el 32 está ahí de una forma especial es como afirmar que nuestro destino está escrito, que alguien lo ha puesto ahí por algo, y que nos envía señales para que sepamos que aún sigue en marcha, que no ha cambiado y sobre todo, que no vamos a poder escapar.
Pero eso hoy en día ya no tendría ningún sentido… ¿O sí?
viernes, 19 de marzo de 2010
.. esto no se para, esto nos separa
Aquél día no estaba tranquila. Mi reloj marcaba las 21:13 para cuando me decidí a salir del portal. Eché un vistazo rápido a la calle y a lo lejos vi un taxi verde que se acercaba. Si lo cogía antes del semáforo, podía correr el riesgo de que se pusiese en rojo y me tocase esperar. En cambio si lo cogía unos metros después, todo sería más rápido.
Pero venía tan deprisa que no tuve tiempo ni de pensar. Levanté mi mano y paró, paró haciendo que el taxi que venía detrás, el tuyo, tuviese que interrumpir su rumbo y esperar para continuar.
Yo, que ya había puesto en marcha mi imaginación pensando que mi taxi se había parado, y a propósito, justo en el semáforo para que se pusiese en rojo y así tener que esperar; y que como consecuencia de ello otro taxi se había parado, un taxi con alguien dentro, alguien que podía ser cualquier persona pero que para mí siempre tenía el mismo nombre. Rápidamente bajé la mirada y me subí en mi taxi. Otra vez me sorprendía pensando en ti.
Una vez dentro decidí seguir imaginando que lo eras, imaginé que me habías visto y le pedías a tu taxista que nos siguiera. Querías verme. Y curiosamente el destino también lo quería porque continuabais detrás en todo momento. Pero nunca conseguía verte la cara. Por otro lado también cabía la posibilidad de que no lo fueras, seguramente sería así. Pero esa noche, a diferencia de todas las demás, necesitaba engañarme.
Mucha gente vive en una película sin querer saberlo, se creen lo que quieren creerse pero en realidad sólo son actores manejados por ellos mismos que permanecen en el anonimato porque les da miedo ser descubiertos. Se preparan concienzudamente cada papel y si corrigen sus defectos y trabajan bien, pueden llegar a encontrar el papel de sus vidas, ese que les haga por fin dejar de fingir para convertirse en las personas que siempre han querido ser.
Nunca llegué a saber quién iba dentro de ese taxi. Varias calles después dejasteis de estar detrás para perderos por Madrid. Pensar que tal vez estamos predestinados, y que incluso el mismísimo universo quiere que nos encontrarnos me ayuda a olvidar lo que realmente sé. Y es que necesito un motivo mucho más grande que tú, o que yo, para creerme que por muchas veces que te equivoques, vas a cambiar.
Madrid 2009
martes, 9 de marzo de 2010
.. mi primer cigarrillo
Vivimos en un pequeño pueblo donde hay todo lo que hay, y no hay más. Mis padres nos abandonaron el día que yo nací, a sí que tuve que crecer bastante rápido. Mi amigo Toso dice que una noche su padre dijo que iba a comprar tabaco y nunca volvió. Desde entonces su madre se pasa las noches en la ventana de su habitación esperando a que regrese. Al principio Toso se sentaba a su lado para que no se sintiese tan sola, pero a medida que iban pasando los días, las semanas, y los meses, fue entendiendo que aunque su madre estuviese en la habitación de al lado, la sentía más lejos que a su padre, el cual ni siquiera estaba en casa.
Pancho nunca ha hecho nada de eso. En realidad nunca habla de ellos, no tenemos ninguna foto, y lo único que sé es que no se llevaron la casa porque no les entraba en el coche, o eso es lo que dice siempre mi hermano. Por mi parte todo está bien, la gente se extraña, pero ¿cómo se puede echar de menos algo que nunca se ha conocido?
Lo malo de los lugares pequeños es que todo el mundo se conoce, y todo lo que hagas o lo que no hagas, va a ser comentado por los demás. Aunque no les incumba, aunque no sepan ni la mitad, pero es así. Es como una especie de tópico que perdurará por los siglos de los siglos sin que nadie pueda hacer nada al respecto.
Me gusta sentarme en los escalones de la plaza y observar como la gente va de aquí para allá. Entonces, una sensación extraña recorre todo mi cuerpo dejándome los pelos de gallina y el ánimo un poco hundido. Siempre es lo mismo. Creo que tengo miedo de acabar en este pueblo cuando sea mayor. No me gusta pensar en el futuro, pero no puedo evitarlo. Pancho dice que no existe, que lo mejor es vivir en el presente porque la vida da tantas vueltas que los planes te cambian cuando menos te lo esperas. Entonces, ¿para qué molestarse en hacerlos? Sé que sólo dos personas se han marchado del pueblo, y también sé que ninguno de los dos ha vuelto jamás por aquí.
A lo lejos distinguí la figura de Pancho, le hice un gesto con la mano para que se acercara y se sentó a mi lado. Sacó uno de sus cigarrillos del bolsillo y lo encendió. Desde que tengo uso de razón no recordaba a mi hermano sin un cigarrillo en la mano, era como si se hubiesen convertido en una extensión más de su cuerpo.
“¿Crees que un día de estos harás como el padre de Toso, te irás a comprar tabaco y ya no volverás más?” –le dije-. Mi hermano me miró y abrió su cajetilla. Sacó un pitillo y me lo ofreció. Yo lo cogí con miedo, lo encendí y empecé a fumar. Notaba perfectamente como el humo entraba por mi boca y bajaba por la garganta. Al principio tosía un poco, pero a la tercera calada ya me había acostumbrado a su sabor, e incluso resultaba agradable. “¿Te gusta?”- dijo mi hermano-. Lo dudé un poco pero respondí que si. Reímos, pues los dos sabíamos que yo mentía, pero ¿acaso a alguien le gusta su primer cigarrillo?
martes, 2 de marzo de 2010
.. desde mi terraza
Antes, aquella playa siempre estaba llena de gente, daba igual que fuese lunes, martes, jueves o domingo, era raro no ver a alguien. Pero desde hace algún tiempo, y desde que había empezado a llover, parecía que todo el mundo se había olvidado de aquél lugar. A Palmira no le gustaba mucho la compañía, prefería estar sola, se sentía mejor. Llevaba años deseando que ocurriese algo para que aquella playa se convirtiese en el lugar tranquilo y silencioso donde ella siempre había querido estar. Y parecía que ahora lo había conseguido.
Era extraño –pensaba Palmira-, deseas algo durante mucho tiempo, y cuando lo tienes, ya no lo quieres. El problema era que llevaba tanto tiempo estando sola y sin hablar con nadie que ya no recordaba como se hacía, y tampoco le quedaban amigos, ni familia, no había ningún vecino a la vista, y desde luego, tampoco podía hablar con desconocidos. Ya nadie pasaba por allí.
Mientras bebía el último sorbo de té, se imaginaba bajando por las escaleras a la playa. Constantemente tenía el mismo pensamiento, pero antes de que sus pies diesen el último paso, se daba cuenta de que ya no le quedaba té, y volvía a la realidad. Tenía unas escaleras que llevaban directamente a la playa, y nunca había sido capaz de bajarlas. La absurda idea de bajar a hablar con alguien era algo que le obsesionaba de una manera que no llegaba a entender, más aún ahora, pues a pesar de no haber nadie, esa sensación seguía inundando sus pensamientos por mucho que intentase evitarlo.
Y es que a Palmira nunca se le dieron bien las palabras. Cuando era pequeña lo único que quería era crecer, hacerse mayor lo más rápidamente posible, porque pensaba que así dejaría de sentirse perdida, como si todo dependiese del tiempo y de nada más. No era feliz, pero tampoco una persona desgraciada; para eso tendría que haber perdido algo, y nunca había tenido nada suyo.
Volvió a la terraza con más té y a lo lejos divisó a una persona. Después de tanto tiempo alguien se había atrevido a pasar por allí ¿Significará algo? A lo mejor era una señal. De pronto tuvo un recuerdo. Se encontraba sentada en su terraza, mirando al mar. No llovía. Hacía un sol espléndido. La playa estaba llena, todo el mundo parecía estar distraído, esperando a alguien, todos tenían algo que hacer o algún sitio a donde ir. La gente reía, pero nadie la miraba. Todos tenían prisa.
Mientras tanto, Palmira permanecía en su silla esperando. Esperar, esperar y esperar era lo único que sabía hacer. Esperar a que le ocurriese algo. Algo como esa persona inmóvil que se encontraba frente a ella mientras sostenía un paraguas bajo la lluvia.
Si, seguro. Esta es la señal –pensó-.
Madrid, Marzo 2009